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LA HISTORIA DE ALMERÍA ES LA GUERRA POR EL AGUA; Y LA ESTAMOS PERDIENDO

Desde tiempos prehistóricos las distintas civilizaciones han luchado por aprovechar hasta la última gota

La historia de Almería es a un tiempo la búsqueda de recursos que permitan la producción en un clima árido y la historia de la eterna batalla por el agua, un bien tan imprescindible para la vida como escaso en nuestro territorio desde tiempos inmemoriales.

Las huellas de esa historia están por todas partes y, en gran medida, demuestran el ingenio de los seres humanos que han poblado la provincia desde muy antiguo. Son esos acueductos que permitían realizar trasvases, levantados por el imperio romano o por otras civilizaciones que comprendieron que, con agua, esta era una tierra fértil con un potencial productivo marcado por el sol, por el viento y por una luz solar inigualable.

Pero para que ese ‘Eldorado’ fuese una realidad había con conseguir los recursos hídricos que pusieran en marcha ese mecanismo, esa potencia agrícola, que apuntalaban el resto de los elementos presentes. En esa tarea se afanaron todos los que se asentaron en estas tierras resecas, aunque llenas de contrastes, donde conviven las cordilleras con las zonas esteparias, donde reina el clima mediterráneo, pero también el continental, donde es posible relajarse a una de nuestras magníficas playas mientras se contemplan las cumbres nevadas de los picos más altos.

De ese afán interminable ha salido la red de acequias que interrelacionan la práctica totalidad de las comarcas, que trasladan el agua muchos kilómetros de distancia o que sirven para suministrar a los sistemas de almacenamiento creados a lo largo del tiempo.

Una de las consecuencias más palmarias del empeño por disponer de agua es que, a día de hoy, Almería es la provincia española que suma el mayor número de balsas de diferentes tamaños y características (en torno a las 27.000 según los últimos informes), desde las naturales, excavadas en cualquier rincón de la provincia, a las últimas generaciones de balsas artificiales, de gran capacidad y con la posibilidad de acumular grandes volúmenes de agua.

No menos llamativa resulta la existencia de los aljibes, una fórmula impulsada por la cultura árabe durante sus varios siglos de presencia en esta tierra. Aquellos ingenieros vieron que los aljibes no sólo aportaban una acumulación notable de agua, sino que además la protegían de la contaminación, de la presencia de insectos, del acceso de animales o de la potente evaporación que, durante los meses más cálidos, sufrían las balsas a cielo descubierto.

La llegada de los cultivos intensivos cambió en gran medida la historia del agua y de sus usos en la provincia, a lomos de una voracidad que, desde hace ya más de seis décadas, no ha dejado de crecer y se ha convertido en una de las más preocupantes amenazas para el modelo agrícola de la provincia.

La tecnología ha permitido que los pozos artesanos ya no se puedan explotar al nivel de antes, facilitando los sondeos de profundidades de cientos de metros, en algunos casos de cerca de un kilómetro, en busca de ese agua que descansa en lo más profundo de la tierra. Y así los almerienses hemos ido conociendo el concepto de la sobreexplotación de los acuíferos.

¿Algo nuevo?... en absoluto. En el año 1987 se dieron a conocer los primeros informes sobre el deterioro de los acuíferos del Campo de Dalías, el punto donde nació la agricultura intensiva. Había que perforar cada vez más profundo y aparecía ya por aquellos entonces el problema de la salinización de los acuíferos, debido a la intrusión de agua marina en los cada vez más castigados acuíferos. El diagnóstico estaba claro y los políticos de la época actuaron de la única forma que parecía posible, con un Decreto de Acuíferos Sobreexplotados que prohibía, de hecho, el establecimiento de nuevos regadíos en esa comarca.

Sin embargo, las normas ‘no siempre están para cumplirlas’ y el resultado fue un desprecio absoluto por aquella regulación. Desde entonces y hasta ahora esa superficie se ha más que duplicado, los acuíferos subterráneos se han seguido deteriorando, hasta hacer impracticables algunos de ellos.

Evidentemente la tecnología ha seguido sirviendo de apoyo para tratar de incrementar el suministro de agua y ahí están las plantas desaladoras o la construcción de terciarios para permitir que las aguas residuales, en vez de acabar en el mar, puedan ser utilizadas para cubrir en parte la demanda de recursos.

Persiste, sin embargo, una realidad que lleva demasiado tiempo instalada en la provincia y frente a la que poco o nada se está haciendo. Cada año, cada campaña, Almería inicia su campaña agrícola con un déficit estructural de alrededor de 200 hectómetros cúbicos y las nuevas aportaciones parecen estar destinadas a permitir nuevas ampliaciones en los regadíos, antes de actuar para enjugar el déficit y tener, cuando menos, un balance hídrico neutro.

Es decir, se actúa a impulsos de la ‘necesidad imperiosa’ de obtener agua para atender la demanda, pero no se ha dejado en ningún momento de autorizar nuevos regadíos repartidos por toda la provincia. De esta forma, mientras la demanda siga aumentando, difícilmente la disponibilidad de agua podrá satisfacer todas esas necesidades que se renuevan año tras año. En esa tesitura se encuentran otros sectores como el turístico o el consumo de la propia ciudadanía almeriense, entre los más altos del país, lo que contrasta con un escenario seco como el nuestro.

Evidentemente se trata de una clara responsabilidad por parte de la clase política ya que el agua o, más directamente, el sector hortofrutícola, representa un granero de votos demasiado apetecible como para adoptar medidas que puedan preocuparle, lo cual explica que hasta el momento presente no haya un consenso político para un tema de tanta trascendencia como el de garantizar los recursos hídricos a productores y productoras.

Esa inacción tiene sus motivos en clave electoral, pero bien harían en volver sus ojos hacia el hecho de que no es un sector que pueda crecer indefinidamente porque, entre otras cuestiones, el coste del agua en Almería es mucho más alto que en cualquier otra parte del país. Esa realidad ha llevado a los gobiernos a aprobar ayudas que abaratan hasta los 30 céntimos el metro cúbico de agua desalada, dinero del erario público aportado por todos los ciudadanos. Y entre otras cuestiones los mercados empiezan a dar síntomas de agotamiento y cada año se destruyen en Almería millones de kilos de hortalizas, que viene a ser lo mismo que tirar al retrete millones de litros de agua.

Y mientras tanto se nos está echando encima el cambio climático y sus consecuencias: hemos vivido el año más caluroso de la historia, estamos transitando por una sequía que se prolonga ya durante cinco años, con niveles de precipitaciones nunca vistos. Pero no acabamos de dar el paso de hacer un simple balance hídrico. La desalación, la que parece postularse como la mejor solución, es al tiempo un agravante del cambio climático porque precisa un alto aporte de energía en los procesos de desalación.

Hace años desde el Grupo Ecologista Mediterráneo pedimos que toda planta desaladora que se construya, y las que ya están en marcha, dispusieran de parques fotovoltaicos o eólicos para alimentarlas. Desde el Gobierno aceptaron aquella línea de actuación y, de hecho, aprobaron la aplicación de renovables en todas las desaladoras de Almería. De momento sólo son proyectos sobre el papel y nos preguntamos en qué punto se encuentran las administraciones públicas. ¿Es que aún no se han dado cuenta de que estamos ante una emergencia climática de primer orden, o es que todos y todas nuestros y nuestras representantes se nos han vuelto negacionistas?

Almería, 23 de Marzo del 2024

GRUPO ECOLOGISTA MEDITERRÁNEO

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